Una tela grande para pintar con óleo cuesta algo así como 40 mil pesos y más, digo grande, unos 40 por 60 centímetros. Para uno
que de vez en cuando pinta por pintar y no para vender, cuesta, es caro. En
verdad lo hago pues me distiende, me alegra y más encima, puesta en mi comedor,
da un decoro algo honroso a mis murallas desnudas que acentúan la falta de
muebles. Bien vale algo que llene estéticamente esos espacios. Pero cómo
hacerlo, cuesta esos 40 mil.
Bueno, un domingo, al salir de casa, me encontré a boca de jarra con un
panel de propaganda política, lo volví a mirar y concluí que serviría como
bastidor para pintar. Era una
propaganda del candidato Golborne. Estaba tendida a maltraer apoyada en el
árbol. Me acerqué, la miré. Encontré indigno pintar en ese soporte de listones
endebles con una lona plástica corcheteada a la rápida. No sé, o bien fue el
tamaño, algo chico, no sé, no tengo idea, quizás el hecho de tener que pintar
ahí y en una tela de propaganda política de un candidato tan inventado a la
fuerza de circunstancias poco decorosas, quizás fue el tamaño, era chico.
Bueno, es posible que buscaba algo más grande. Lo cierto es que me olvidé y
quedó ahí tirado.
Pasaron las elecciones presidenciales, el lunes 16 de diciembre, cuando
me iba a mis actividades ví en la esquina, antes de doblar hacia el metro, un
letrero de Michelle Bachelet recostado sobre un kiosko abandonado cerca de un
paradero de colectivos. Buen tamaño y excelente estado; 1.00 metro por 1.98
cms. Me atrajo, ese era, ahora sí. Me dije, que si por la tarde de vuelta a casa
está ahí, me lo llevo para el menester programado.
Pero ¿qué fue lo que me está haciendo decidir por este bastidor? ¿Tamaño
más grande? ¿Mejor estado? O bien,
¿era el escogido por qué era de Bachelet, por la que había votado?
De vuelta a mi casa, por la tarde, estaba todavía. Encontré el bastidor
en el mismo lugar y en iguales condiciones. Me puse al frente, lo estudié, hice
presencia, lo hice mío, marcaba terreno como un perro meón, pero no me atreví a
tomarlo y llevármelo consigo. Pero ¿por qué? Estaba muy bien puesto, como al
cuidado de alguien que se lo iba a llevar a su casa o para hacer la casucha del
perro anciano y callejero que por meses veía merodear en el paradero de
colectivos, a ese que alimentaban los choferes y los pasajeros con sopaipillas
y empanadas de queso, al que tapaban y a veces en días de frío le ponían una
especie de chaleco. Pero hace tiempo que no lo veía. Me acerqué al
que ordena las filas de pasajeros y abre y cierra puertas, le pregunté si el
letrero ese, era de alguien, me dijo no, agregué torpemente, me lo puedo llevar
y el dijo sí, se lo puede llevar, le di autoridad. Que bueno y le
agregué: en la mañana lo había visto y pensé que era de alguien y ahora como
sigue ahí me lo quiero llevar, él, con autoridad de abrir y cerrar puertas, de
subir y bajar pasajeros me dice: es que se cayó y lo dejamos ahí, ya estaba
listo, me dije, además ya me sentía dueño del letrero, bien... Y antes, por gentileza le pregunté por el perrito ese, me dijo: estaba mal, estaba gordo, no caminaba ya, lo llevamos al veterinario y murió, la gente lo mató con tanto pan caliente y sopaipillas, dije: mal, que mal, y me fui nomás.
Las emprendí raudo por entre transeúntes con maletines de oficina y señoras con bolsas con pan y sopaipillas para las onces. Seguía pensando en el porqué de este y no el otro letrero.
Para llegar a mi casa faltaban dos cuadras, a esa hora todos los vecinos cansados enfilan rápidos hacia sus casas. A las siete de la tarde siempre un pequeño viento se levanta. Este se encajona entre dos edificios que hacen de guía al viento del crepúsculo. Era un barquichuelo con vela, el viento hizo frente en el bastidor y me tiró de lado hacia un jardín alambrado, logré sortear con un saltito, pero caí mal, logré topar mi rodilla derecha en el pasto, me paré enseguida, solamente lo hice para que el viento volviera de lleno y me llevara torcido ocupando toda la vereda por donde transitan los vecinos cansados, me fue difícil controlar y despejar la vía, una señora me dice, ay, ay, ese mismo cartel me hubiera gustado tenerlo en mi casa, ella aseguraba que me llevaba a la Bachelet como un trofeo... jheem... No pretendo aclararle. Ahora con las dos manos trataba de mantener la dirección a proa, para no estorbar la travesía a mi casa. Otro más allá comenta en voz alta a su pareja, que yo era el encargado municipal de sacar los letreros, dile que vaya a sacar las que hay cerca de la casa, le ordena su mujer y yo, uhum. Logré doblar la esquina, que generalmente tiene poco viento de lado, más que todo es un viento de popa, ese que da velocidad, así apuré el tranco. En la puerta de entrada a mi pasaje me esperaba un vecino, el mismo que vi el domingo bajarse de una camioneta con su bicicleta con pinta de deportista. Ah, vecino, a nadie le contaré que lo vi bajarse de una camioneta con su bicicleta acuesta, le dije y me reí del chiste que le tiré ese domingo. Mal hecho, ahora él me esperaba en la puerta de entrada y me la tira facilito, se le notaba en la cara, feliz, sin apuro y para que todos se enteraran: Sshist vecino, pero cómo tan fanático, si ya salió elegida, ¿la va a guardar para el recuerdo en el velador? Me dice y casi le digo torpemente, si no tengo velador, poh, uf.
Las emprendí raudo por entre transeúntes con maletines de oficina y señoras con bolsas con pan y sopaipillas para las onces. Seguía pensando en el porqué de este y no el otro letrero.
Para llegar a mi casa faltaban dos cuadras, a esa hora todos los vecinos cansados enfilan rápidos hacia sus casas. A las siete de la tarde siempre un pequeño viento se levanta. Este se encajona entre dos edificios que hacen de guía al viento del crepúsculo. Era un barquichuelo con vela, el viento hizo frente en el bastidor y me tiró de lado hacia un jardín alambrado, logré sortear con un saltito, pero caí mal, logré topar mi rodilla derecha en el pasto, me paré enseguida, solamente lo hice para que el viento volviera de lleno y me llevara torcido ocupando toda la vereda por donde transitan los vecinos cansados, me fue difícil controlar y despejar la vía, una señora me dice, ay, ay, ese mismo cartel me hubiera gustado tenerlo en mi casa, ella aseguraba que me llevaba a la Bachelet como un trofeo... jheem... No pretendo aclararle. Ahora con las dos manos trataba de mantener la dirección a proa, para no estorbar la travesía a mi casa. Otro más allá comenta en voz alta a su pareja, que yo era el encargado municipal de sacar los letreros, dile que vaya a sacar las que hay cerca de la casa, le ordena su mujer y yo, uhum. Logré doblar la esquina, que generalmente tiene poco viento de lado, más que todo es un viento de popa, ese que da velocidad, así apuré el tranco. En la puerta de entrada a mi pasaje me esperaba un vecino, el mismo que vi el domingo bajarse de una camioneta con su bicicleta con pinta de deportista. Ah, vecino, a nadie le contaré que lo vi bajarse de una camioneta con su bicicleta acuesta, le dije y me reí del chiste que le tiré ese domingo. Mal hecho, ahora él me esperaba en la puerta de entrada y me la tira facilito, se le notaba en la cara, feliz, sin apuro y para que todos se enteraran: Sshist vecino, pero cómo tan fanático, si ya salió elegida, ¿la va a guardar para el recuerdo en el velador? Me dice y casi le digo torpemente, si no tengo velador, poh, uf.
Probé con cloro primero, luego con diluyente. La impresión injeckt no
sale, mañana lo haré con piroxilina, por si resulta. No puedo pintar sobre esas
impresiones, creo que las taparé con unas manos de pintura blanca al agua y se acabará. Ah, pero primero
estirarla un tanto más y cambiar los listones torciddos… ¡Quiero empezar a
pintar!... ¿Cuánto gastaré en sacar la impresión de Bachelet sobre esta tela
plástica? No sé, ¿quizás algo menos que 40 mil?
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