jueves, 9 de julio de 2015
El empampado Riquelme
El tren
longitudinal norte, más conocido como el Longino que comenzaba su viaje en la
estación Central llegaba hasta Calera, ahí cambiaba el ancho de la trocha y
comenzaba el viaje de cuatro días a Iquique.
El portero del banco Caja Agraria de Chillán, Julio Riquelme Ramírez
de 58 años, había sido invitado a Iquique por su hijo al bautizo del nieto.
Tomó el tren en la estación Mapocho el 1 de febrero de 1956. Riquelme
nunca llegó al bautizo de su nieto y menos a la ciudad de Iquique.
En 1999, cuarenta y tres años más tarde, apareció blanquecino y
calcinado por el sol en medio del desierto de Atacama. Poco después, por las
pertenencias encontradas en el mismo lugar, se pudo comprobar con claridad que
ese cuerpo pertenecía al portero bancario de Chillán, Julio Riquelme Ramírez.
Durante el viaje Riquelme compartió poco con los pasajeros que lo
acompañaban en esa travesía, se le sentía nervioso. El viaje era largo. Más de
dos mil kilómetros en un vagón de tercera, cuatro noches, cuatro días. Para él
este viaje tenía sentimientos encontrados. Estaba separado de su esposa hace
años, alejado de sus hijos, él vivía en Chillán y sus hijos en la ciudad del
norte.
Riquelme se bajó en la estación Los Vientos, se desorientó, perdió el
tren, caminó perdido, pasó la noche en la pampa afirmando su sombrero con el
pie y con la chaqueta tratando de cubrirse del frío. Murió empampado. Término
que se define como aquella persona perdida en el desierto, desorientada en
medio de la pampa. Fueron muchos los que desaparecieron por la aridez de aquellas
tierras. Eso le sucedió a Julio Riquelme.
El periodista Francisco Mouat reconstruyó el pasado de Riquelme y lo
reactualizó con los testimonios de aquellos que conocieron a Riquelme, de ancianos
personajes que permitieron ofrecer un contexto real al relato que el periodista
hace en el libro “El empampado Riquelme”.
Jorge Herrera, el peluquero que viajó frente al asiento de Riquelme en
el Longino, recuerda que su acompañante se mostró inquieto, se paseó durante
dos horas por el estrecho pasillo del vagón, fue repetidas veces al baño, de
pronto, en un arranque de angustia, tomó algunas cosas de su maleta y se perdió
para siempre. Alguien dijo que habían visto caer un bulto. Se detuvieron en la
noche y retrocedieron en el tren. La pampa estaba oscura, desolada. Armaron dos
grupos y lo buscaron, lo llamaron. Nadie respondió. Al primer pitazo del
maquinista, todos volvieron a sus asientos espantados por la soledad de esas
tierras.
Entre La Calera e Iquique había 131 estaciones, algunas de pasajeros, otras
de paso o simples paraderos para cargar agua o carbón. Desde La Calera hacia
Iquique, Los Vientos era la estación 101. El tren Longitudinal Norte pasaba en
esos años dos veces a la semana por el sector en que desapareció Riquelme.
Hoy el Longino ya no corre. Definitivamente lo dejó de hacer en
septiembre de 1975.
La trastienda de Chile a la orilla del tren
La
comodidad es la misma de antaño, quizás mejor; viajan menos. Todos los pasajeros
tienen mesitas y si alguien queda al medio del vagón le corresponde una mesa
amplia y más cómoda, una familiar para compartir las cinco horas que separan la
capital de la ciudad de las longanizas. Las mascotas son aceptadas, pero en
vagones destinados para ellas.
Ya
desde la estación Rancagua se empieza a sentir el borde interno en que ha ido
quedando el paso del tren.
En
otros tiempos las estaciones iban generando y acogiendo la actividad comercial,
cívica y cultural a su alrededor. Las ciudades crecían a su paso. Luego la
Plaza de Armas y el centro que cada ciudad generaba.
Tanto
Curicó como Talca dejan ver, desde el tren, la plaza que hoy pareciera que da
las espaldas. Pero ese centro no está lejos de las estaciones, se siente cerca,
se ve. Se acusa que ese centro no pudo alejar ni cambiarse. El lugar
fundacional de cada ciudad está al lado da la estación de trenes. Pero tiende a
desaparecer.
Pero
se está igualmente lejos. Parece un fantasma a paso seguro en busca de la otra
estación. Que aunque abandonada, herida del hedor de los vagabundos y los
desadaptados, se mantiene para decir al menos que por aquí pasó algo.
Finalmente
Chillán recibe en su estación limpia. Las escalinatas dan a una explanada donde
se estacionan los taxistas en espera de la vuelta de los pasajeros. De
inmediato queda a la vista la avenida que cruza el frontis de la estación. Ahí
hay un parque que recuerda a los otros desaparecidos.
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