
Como si fuera la fe y la razón y, lo peor de todo, como si estuvieran juntas. No van unidas, pero ya ve usted… me instalo bajo el dintel de mi puerta de salida a las 3:34 de la madrugada del sábado del 27 de febrero de 2010, en Santiago Centro de Chile, a resistir la exigencia manifiesta. Ahí se apodera de mí el ritmo y me pone en la misma actitud del resto de mis compatriotas, en igual comunión, 9, 10 millones que hacen lo mismo y lo más poderoso de todo, sintiendo de igual forma.
El alma y la tierra al mismo ritmo. Se cierran los ojos como la luz que se apaga, igual se mira y se distingue, se debe hacer, y todos empezamos a vivir el empate de la existencia. Todos, y al mismo tiempo en el mismo quehacer, al despeñadero veloz y sin freno. Azota el viento imaginado y la violencia de un compás casi desconocido que lleva hasta un infinito que existe, pero el tiempo de viaje es variable, si es corto es la vida y si extenso es otro cuento, pero la naturaleza exige el compás.
Las grandezas son iguales para todos y las limitaciones que algunos han llevado siempre en su vida también se comparte con los que ni la conocieron. Que empate, que forma de compartir lo mismo. Que manera de bailar ese ritmo que la tierra pone y el alma la tiene que bailar nomás.
Pero bueno, mañana es otro día y, todo tendrá otro afán.
Y como somos porfiados: el rico a sus riquezas y el pobre a sus pobrezas.
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