
Costó tener en mis manos la primera edición de “Ladridos”. Primero conocí a Jordi Lloret en Sala de Prensa de la universidad Uniacc y a continuación su libro. Leerlo fue reafirmar lo que siempre he sostenido; ellos hablan y no arrastran las palabras hasta hacerlas mínimas.
Fue inevitable, que la lectura de este libro terminara por darle verdad a una experiencia casi común, y que dejó de ladrarme para darle curso a las palabras sin desuso.
En avenida La Feria con Carlos Valdovinos existe una panadería que, cuando niño, era la única del sector. Siempre los más pequeños nos encaminábamos cinco, ocho y más cuadras, en la busca del pan para el desayuno, el almuerzo o las onces; era nuestra responsabilidad familiar. Algunos llevaban sus mascotas que, por obligación, se quedaban fuera.
Una larga fila nos ordenaba en la espera del turno, los panes salían o estaban por salir. Se agotaban rápidamente, se horneaba la tercera, la quinta y la quién sabe cuántas para abastecer a todo un sector que se enfilaba hasta el oportuno momento de llenar la bolsa de género para el pan. Era el año 1962.
En diciembre de 1974, volví a la panadería. Había más en la cuadra, pero ella, la panadería San Joaquín, seguía siendo la única. Esos jóvenes en la fila esperando el pan ya no estaban, eran distintos. Había menos gente que buscara el pan.
Ahora, unos perros acechaban por una pared del costado de la panadería que daba a Carlos Valdovinos. Ahí esperaban ansiosos las tiras de cecinas, quesos, la rebaba que dejaba el disco afilado al trozar embutidos y quesos, más trozos de pan y migas. Las dependientas dejaban caer este apreciable alimento por una bandeja de lata alargada hasta el agujero de salida a la calle para que los perros lograran saciar su hambre.
¿Pero quiénes eran, por qué tantos perros abandonados alrededor de una panadería?
Habían perdido a sus amos. Por la noche, a la hora del desayuno, al almuerzo o la de las onces los habían dejado de ver. Se los arrebataron casi sin darse cuenta o bien, a pesar del ladrido, se quedaron sin la esperanza de defenderlos de esas manos violentas.
Se quedaron tristes y solitarios.
El hambre de días los reúne a otros con igual suerte. Las culpas parecían echadas; sin autoridad para defender a los amos desaparecidos y con sus caras tristes se enfilaron hacia la panadería. El olor del pan recién horneado acariciaba. Sólo querían ese alimento.
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