sábado, 27 de diciembre de 2008

Jaime Campos Navea: La batuta de un maestro y la resistencia de los sentimientos


Jaime era menor que yo, no sé si 10 o menos años, pero lo cierto es que el 1997 lo conocí. Distante, sinuoso, algo de rockero de los de los años 70 con su vestimenta bien combinada.

En ese año habíamos logrado un anhelo, tener casa propia. Era nuestro departamento en una modalidad nueva para los santiaguinos; teníamos que compartir los espacios con normas y respeto común. Costó eso de que mi libertad termina donde la del vecino comienza. Lo claro era que, entre Libertad y Esperanza, las dos calles que acogían nuestro condominio, se nos vendría la vida para estos dos seres humanos tan distantes, pero con historias paralelas. Así, un clic extraño, pero contundente, arma combinaciones necesarias que permiten armonías, ilusiones y sueños.

¿Y de qué otra cosa se trata la vida?

El destino unió contubernios en momentos que ni avisa ni los adelanta. No permitió que nos conociéramos antes, claro, entiendo, él era muy joven, yo con más experiencia vívida. Pero ya alguien se encargaría de que nos conozcamos.

Había que organizar esto de vivir en comunidad. Nuestros hijos adolescentes lo hicieron primero. Sus agilidades, sin normas ni prejuicios, fue lo que los impulsó al primer encuentro. Ellos parlotearon, disfrutaron lo propios de sus libertades y de ahí a la conexión de los mayores.

Fue así como conocí a Jaime Campos Navea. No recuerdo su edad, pero sí la mía. Nos parecíamos en sensaciones, en sueños, intenciones y gustos.

Organizamos, en el condominio Libertad, encuentros de pinturas, de música con vecinos en jornadas de sabatinas. Preparamos ferias de venta e intercambio de productos entre los habitantes. Hicimos manifestaciones musicales con todos. Y de ahí configuramos consejo de administración.

Con visiones y sentimientos distintos nos abocamos a cuestiones fundamentales de nuestro habitat. Él era el presidente y yo el secretario del comité. Fue así que logramos, sin un peso de gasto para ningún vecino, que la seguridad de los 260 departamentos y sus habitantes estuviera asegurada. Sin peligro cuando definitivamente arreglamos los ductos de la ventilación de los gases de cada departamento.

Así, en esa conocí a Jaime Campos. Pero un detalle que perdura, es el hecho que cada vez que finalizaba las reuniones del comité, nos quedábamos conversando en la plaza del condominio cuestiones distintas a las preocupaciones de la comunidad tratadas en reunión. Hablábamos de inquietudes, de lo cotidiano. Intercambiamos nuestras visiones políticas

Por mientras nuestros hijos se empezaron a mirar a los ojos y se enamoraron. Casi fuimos parientes. Casi llegamos a tener nietos con mi apellido y el de él. Pero bueno.

A Jaime no puedo desprenderlo de una experiencia maravillosa. En 2004 me corresponde vivir la inauguración de un monumento que conmemora la muerte de mi hermano Juan Arias Quezada. Cumplía 31 años de su muerte en manos de militares chilenos; a los 17 años se encuentra con su muerte brutal, también 4 compañeros más sufren igual suerte. Inauguramos un monumento en recuerdo de ellos en la población San Joaquín.

Jaime nos acompañó, grabó todo el encuentro conmemorativo. Todo fue muy significativo para nosotros los parientes, amigos y militantes socialistas. Jaime con su ímpetu político no dudó y ese día se entregó de lleno a la labor propuesta. Claro, puede ser simple para cualquier ser humano, pero Jaime estaba de lleno en tratamientos de quimioterapia, ellos ya comenzaban a dejar estragos en su cuerpo.

El Blues y los sonidos del alma

Ahí estaba Jaime, el político, el inquieto y el soñador. Cada vez nos conocíamos más en nuestras necesidades. Luego abrimos nuestras casas y el paso a los gustos musicales fue inmediato. Me habló de la armónica, de la B, la C, y las otras notas musicales de la diatónica, la expresión blusera y el toque suficiente de una de las expresiones más poderosas del doliente, del esclavo negro algodonero norteamericano. El Blues, el canto del alma; Muddy Waters, Stevie Ray Vaughan, B.B. King, Buddy Guy, Billy Branch, Sonny Terry, Jimmy Reed y los sonidos más representativos empezaron a invadir mi alma inquieta y abierta al dolor de las multitudes.

Y de ahí nos fuimos a los festivales de Blues; primero era “La noche solidaria del Blues” y luego “Al sur del Blues”, que Jaime bautizó a las jornadas musicales que nos animó dos y tres veces en el año a las noches santiaguinas.

Muchos grupos bluseros criollos tuvieron la posibilidad de expresar sus habilidades con Jaime Campos; el dueño de la batuta en esta inmensa y siempre desordenada expresión musical de los bluseros nacionales. El Cruce, Doctor blues, Los Escuderos del Blues, Jorge Jiménez y la Rompe Huesos, Mrs Dixon, Debhora Owod, Zapatillas Social blues, Castillos del Blues, Magnolia, Guatapique, House Blues Band, Gonzalo Araya, Tomás Gumucio con la Swingatos, Bernie Weis & Sea´n sun, Vintage Blues y Santiago Ramírez al micrófono para animar las jornadas en la sala SCD de Santa Filomena, en el barrio Bellavista.

La permanente resistencia


Jaime Campos Narea, es de esos amigos que reivindican la amistad, al concepto amigo. Siempre pensé que un amigo es eso; un amigo, pero nunca pude dimensionar el sentido que pudo llegar a tener en mi vida. Jaime se fue haciendo necesario en cada tertulia. Compartimos alegrías, ganas de reír y el calvario porfiado de su enfermedad.

Lo soportó y adoptó una postura interesante de destacar; le bajó una lucha de gladiador solitario, constante y permanente. Yo nunca lo habría hecho. Lucharle al cáncer es solamente por terquedad. Se puso a resistir, no se venció a las primeras. Sentía que estaba en lo cierto, que no estaba perdido. Insistía.

A Jaime lo abracé un mediodía de septiembre de 2008. Se me vinieron los sentimientos encontrados al alma; abracé a lo poco de la mitad de lo que era. Era respetuosa esa lucha. Estaba resistiendo. La nobleza de todo ser viviente es la resistencia al abandono, al olvido y a la muerte. Luchó, sin medir si lo que hacía era conquistable. No le interesó. Pero se agotó de hacerlo el 19 de diciembre de 2008.
No perdió la capacidad de entrega, a Jaime Campo sólo le faltaron fuerzas. Y eso a cualquiera le pasa en la vida cotidiana. Pero perder las fuerzas, en el caso de Jaime, fue morir.

Jaime, hasta siempre amigo mío.

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