Su padre, Alberto Castañeda, trabajaba incesantemente en las minas de San Antonio de Naltahua, tenía tiempo exclusivamente para ello. Los pequeños quedaban casi solos. La niña Carmen, comenzó a añorar en una familia de gitanos, viajar, ir lejos y así poder encontrar al hogar perdido; Alberto se ganaba unos “cobres” vendiendo diarios en la estación de ferrocarriles; la niña Isabel Castañeda Gallardo, solamente quería una muñeca, pensaba encontrarla por las tardes en la acequia de regadío que pasaba por la parte de atrás de la casa donde vivía; ahí se instalaba en espera de algún juguete que pudiera traer el agua. Eloísa, la mayor, tuvo que trabajar en una fábrica textil en Santiago. Los menores quedaron al cuidado del segundo matrimonio de Alberto Castañeda.
El hogar y el trabajo de Isabel
El joven Vicente, que todos conocían como Nono, era un trabajador más en las minas donde extraían cobre y oro; si tenían suerte. Ahí conoció a Alberto Castañeda, el padre de las niñitas Castañeda Gallardo. A los 20 años, el Nono pidió la mano de Isabel para casarse; ella ya contaba con 16 años.
El 31 de diciembre de 1946 se casaron en la casa de los padres del Nono. Tuvieron siete hijos, 19 nietos y 12 bisnietos. Pareciera que ella había encontrado su hogar ahora.
Y así fue.
El joven Vicente con Isabel se vienen a Santiago, donde dan comienzo a formar un hogar en las comunas de Recoleta, Pedro Aguirre Cerda y San Miguel. Hacen de esta última comuna una trinchera donde cobijan hogar y la actividad comercial que emprenden a finales de la década de los 60 en las calles Bascuñán y Carlos Valdovinos. El trabajo en las minas de su esposo ya había quedado atrás, ahora los vidrios, los marcos y espejos era el negocio que dio formas y estructura a toda una familia que desde septiembre de 1973 tienen que afrontar la persecución de la dictadura militar que sembraba el terror en Chile. “Vidriería Hernández”, llegó a ser la actividad fundamental de todos hasta en la actualidad. Es un emblema de constancia y trabajo, combinación perfecta del matrimonio Hernández Castañeda. Ella ponía la administración y él, el tesón con el trabajo. Los hijos y los nietos fueron dando armazón suficiente para sentirse orgullosos del esfuerzo que ellos hacían. Nada era en vano, todo tenía sentido.
Isabel y su última batalla
Isabel, a los 80 años, en diciembre de 2010, ingresó al hospital Barros Luco, para ser operada. Los años y la debilidad que acentúa la Diabetes y el Parkinson, hacen que su salud se quebrante más. Pero para ella era nada frente al coraje que iba a desplegar. Resiste y acomete con nuevos bríos. Desde su lecho de enferma hace frente con amor y la bondad propia de ella. No podía hacer otra cosa esta madre, esposa y abuelita. Ya Navidad y Año nuevo los había pasado sin su familia, solamente rodeada de enfermos y enfermeras que también sintieron de su bondad, pero ella, sí conocía el espíritu navideño. Organiza los regalos de todos los hijos, nietos y bisnietos, hasta teje, previamente, un chaleco para un bisnieto en gestación. Todo hecho con sus manos.
Ella, también amante de tangos, canciones y bailes, exaltó su espíritu, y fueron las hojas de un árbol que oteaba por la ventana del hospital, que al compás del aire del verano santiaguino, bailaron una danza hecha solamente para ella, para una reina. Las miró y aceptó la invitación; se deleitó y bailó como vez única, sola, por única y última vez, esta danza dedicada a ella.



El matrimonio Hernández Castañeda con sus nietos, bisnietos y en la celebración del matrimonio de su nieta Francisca Arias con Julio Morales.
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