Los fantasmas se arrancaron. Saben que el sismólogo Somalo ya instaló las coordenadas de la próxima destrucción de Santiago. Sus instrumentos del siglo pasado lo detectaron y en un plazo de nomás de 48 horas, la única belleza de Santiago abrirá paso a otra belleza. Pero eso es harina de otro costal.
A la calle, todos a la calle. Pero no para arrancar de la muerte estructural. Correr a esos barrios para el rescate de su belleza, del cobijo ofrecido y disfrutado. Y aunque sea con fotos quedarán para el recuerdo y la esperanza de la resurrección.
Los límites ponientes de la ciudad se levantan hacia comienzos del siglo pasado. En el barrio Concha y Toro los aristócratas construyeron sus barrios y palacios con el plus del salitre.
Este barrio de calles cortas, angostas y oblicuas que convergen en una plazoleta central –hoy plaza de la Libertad de Prensa- se arma del loteo de la propiedad de doña Teresa Cazotte, viuda de Concha y Toro. Entre 1926 y 1939 se construyen las residencias caracterizadas por fachadas continuas de dos o tres pisos con reminiscencias neoclásicas, góticas y renacentistas. Así, diversos estilos conviven en forma armónica y homogénea con las edificaciones del sector. Esta característica lo ha convertido en destino favorito de artistas, publicistas y cineastas quienes han elegido al Barrio Concha y Toro como escenografía para sus obras. En los últimos años también la cultura y la bohemia se apoderó de ellos.
Un poco más al norte, el barrio Yungay se arma con cités y plazas para la clase media emergente. Funcionarios, profesores y empleados fiscales se enfilan por sus casas. A mediados del siglo XIX en terrenos que se conocían como el Llano de Portales. Ligada al origen del barrio, la Plaza Yungay fue creada como un homenaje al triunfo chileno en la Batalla de Yungay durante la guerra contra la Confederación Perú – Boliviana. En el centro de la plaza se erige el monumento al Roto Chileno, obra de Virgino Arias –querido y luego vapuleado hasta su muerte-. Este barrio era el preferido de la clase media y media alta santiaguina, con calles pavimentadas, alumbrado y tranvías. Algunos hitos son el Teatro Novedades, la tradicional Peluquería Francesa y los Pasajes Patrimoniales surgidos a comienzos del siglo XX. Hoy sus habitaciones subdivididas hasta la magia son habitadas por inmigrantes. Y ahí rescatada con la sorprendida cara del naúfrago la peluquería Francesa de la familia Lavaud.
A orillas del río Mapocho, enmarcado por el parque Forestal, el Cerro Santa Lucía y la Avenida Libertador Bernardo OHiggins, el barrio Lastarria se consolida sólo en las últimas décadas del siglo XIX. Desde sus inicios, atrajo a intelectuales y artistas, quienes lograron darle una identidad propia que mantiene hasta la actualidad. El barrio es hoy un activo centro cultural, residencial y gastronómico.
Que la cámara fotográfica siga siendo el instrumento del registro y que Somalo con su sismógrafo del siglo pasado sea sólo un voladero de falshes que ayuden a ello.
A la calle, todos a la calle. Pero no para arrancar de la muerte estructural. Correr a esos barrios para el rescate de su belleza, del cobijo ofrecido y disfrutado. Y aunque sea con fotos quedarán para el recuerdo y la esperanza de la resurrección.
Los límites ponientes de la ciudad se levantan hacia comienzos del siglo pasado. En el barrio Concha y Toro los aristócratas construyeron sus barrios y palacios con el plus del salitre.
Este barrio de calles cortas, angostas y oblicuas que convergen en una plazoleta central –hoy plaza de la Libertad de Prensa- se arma del loteo de la propiedad de doña Teresa Cazotte, viuda de Concha y Toro. Entre 1926 y 1939 se construyen las residencias caracterizadas por fachadas continuas de dos o tres pisos con reminiscencias neoclásicas, góticas y renacentistas. Así, diversos estilos conviven en forma armónica y homogénea con las edificaciones del sector. Esta característica lo ha convertido en destino favorito de artistas, publicistas y cineastas quienes han elegido al Barrio Concha y Toro como escenografía para sus obras. En los últimos años también la cultura y la bohemia se apoderó de ellos.
Un poco más al norte, el barrio Yungay se arma con cités y plazas para la clase media emergente. Funcionarios, profesores y empleados fiscales se enfilan por sus casas. A mediados del siglo XIX en terrenos que se conocían como el Llano de Portales. Ligada al origen del barrio, la Plaza Yungay fue creada como un homenaje al triunfo chileno en la Batalla de Yungay durante la guerra contra la Confederación Perú – Boliviana. En el centro de la plaza se erige el monumento al Roto Chileno, obra de Virgino Arias –querido y luego vapuleado hasta su muerte-. Este barrio era el preferido de la clase media y media alta santiaguina, con calles pavimentadas, alumbrado y tranvías. Algunos hitos son el Teatro Novedades, la tradicional Peluquería Francesa y los Pasajes Patrimoniales surgidos a comienzos del siglo XX. Hoy sus habitaciones subdivididas hasta la magia son habitadas por inmigrantes. Y ahí rescatada con la sorprendida cara del naúfrago la peluquería Francesa de la familia Lavaud.
A orillas del río Mapocho, enmarcado por el parque Forestal, el Cerro Santa Lucía y la Avenida Libertador Bernardo OHiggins, el barrio Lastarria se consolida sólo en las últimas décadas del siglo XIX. Desde sus inicios, atrajo a intelectuales y artistas, quienes lograron darle una identidad propia que mantiene hasta la actualidad. El barrio es hoy un activo centro cultural, residencial y gastronómico.
Que la cámara fotográfica siga siendo el instrumento del registro y que Somalo con su sismógrafo del siglo pasado sea sólo un voladero de falshes que ayuden a ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario