
Las calles se arman por la mañana muy temprano para recogerse por la noche. Se desparraman más al ritmo de los pasos humanos que al rodar de los vehículos. Todo es como si los mismos zapatos fueran dibujando las siluetas del damero céntrico.
Es que amarradas a los pies de los primeros transeúntes se abren hasta que de otra manera no fuera posible que Yann soltara el acordeón y se fuera al piano como lo hizo a veces. Como si no existieran sin los pasos apresurados por la mañana.
Me agito suave y entro en
otra calle que nunca supe que efectivamente iba a pasar nuevamente por ahí,
Carpentier habla de los pasos perdidos, esto no lo son, pero sí los pasos que
se pierden y vuelven a encontrarse con la calle que pensé una vez después del
golpe como la imagen de la calle que cae y se enfrenta con el borde de la
esquina de Teatinos y el lado sur de la Moneda, esa que hace muro con esta de
techo bello que no hace más que guardarme los recuerdos y pensar en esa mañana
a las 7 horas silenciosa de hace 15.330 días, estática, casi helada cayó como
una noche violenta de 6.205 días.
Esta mañana caminada entre
Yann y yo se empieza ahora a dibujar por la parte de Zenteno donde mi padre
trabajaba, ahí las órdenes de la sargento son de correcciones a los uniformados
de verde en la mañana azulina, ordena y ordena, es la otra ciudad, la que está
fuera y la mía que está acá, miro las órdenes y Yann sigue con plaplaplaplaplá
e insiste ahora con pliplipliplí, no sé lo que es mirar esa trastienda tan sin
ser bizarra para que a las dos horas más sea una gallarda. Es lunes, son las 7
de la mañana ahora y también es 27 de abril. Carabineros celebra lo que Ibañez les
hizo.
