domingo, 13 de mayo de 2012

Sebastián, gracias por el pijama




Está bien que a uno le laven el pijama, pero distinto es que no se lo cuelguen para el secado. No hay excusas para ello, el pijama debe servir para una jornada bien precisa, de lo contrario, mojado ya no tiene sentido, y mucho más cuando solamente hay uno para ese menester.

Pero Sebastián Riffo Méndez, un joven estudiante de una y otra carrera inconclusa, que no viene al caso precisar, escuchó atentamente la explicación de su madre: Ay, se me olvidó secarlo. Ya eran las 23 horas del sábado, tarde, demasiado tarde. Y claro, él reacciona y dice, como si fuera su pijama: Pero cómo, así no sirve. Y tenía razón, mojado un pijama no sirve.

Pero esta vestimenta tiene dificultades, es conveniente saber al menos que es una voz inglesa; pyjamas y que se ha adaptado al español con dos grafías: pijama y piyama. La más frecuente en el uso de todo el ámbito hispánico es pijama. Se pronuncia igual: Piyama y se escribe Pijama.

Es sabido que para muchos el pijama es un artilugio exclusivo, para algunos, pero para la mayoría de los amigos en desgracia nunca separarán valores para su asequibilidad, solamente recurrirán al pantalón viejo o bien al chaleco deshilachado e inutilizado. Ah, pero de igual manera calentito y querido como el pijama más encarecido.

Sebastián, entre anarco, contestario, amante del arroz con limón y el vino en botella, odioso del que pretende interrumpirlo o bien el que atisba responder cuando no ha sido invitado a hacerlo, pero al fin y al cabo, lo digo porque yo lo he escuchado, pide a su madre que le sirva una tacita de té con algo rico para las onces. Entre su fuerza física y el corte de pelo hecho por su propio dueño, se fue presto, diligente hasta el dormitorio, golpeó la puerta, como a él solamente le gusta hacerlo y abre a la voz de: Sí. Y dice: Ángel, toma mi pantalón de pijama y ocúpalo, no hay cosa más espantosa que dormir con calzoncillos. Y bien, ese joven que irrumpe dulcemente hasta la intimidad de quien creyó que estaba frente a uno de pantalones en desuso y chalecos deshilachados, acepta el ofrecimiento.

Y no puedo tomar distancia ni menos ser indolente, pero esa actitud es y será un acto que todo ser humano tendrá y debe tener. Lo minucioso, esa prenda que en la intimidad es nada más que eso, una intimidad que la almohada o la amada se enterará y ellas sabrán guardar el secreto de lo viciado de la indumentaria. Pero para él. Sebastián, no, no señores, esa prenda tenía la dignidad absoluta, el realce que cada uno debería darle.

La intimidad hecha a semejanza como la misma manifestación de lo que fuera una prenda como la corbata, a la vista y paciencia, como una camisa, como una mancha expuesta que deja dilucidar lo pequeño que somos y lo grande que de verdad deberíamos ser.

El hábito no hace al monje, vamos, el pijama sí hace un buen dormir y si Sebastian lo provee, mucho más digno.